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La ignorancia es impotencia y esclavitud, no felicidad

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  La ignorancia es impotencia y esclavitud, no felicidad Si la información es poder, la ignorancia es impotencia. Un ave sin los conocimientos instintivos que le son heredados evolutivamente no distinguiría cuáles son sus depredadores naturales ni conocería las principales fuentes de alimento: terminaría muerta en poco tiempo. Sin embargo, ¿por qué el ser humano conserva su hegemonía en un mundo colmado de seres vivos que lo aventajan físicamente? Por el nivel de información y conocimientos que son inaccesibles para la inteligencia animal. Las personas también sufrimos este desequilibrio: la técnica marcial vence a la fuerza bruta, la erudición médica ridiculiza la magia curativa, la construcción del hombre primitivo se derrumba antes que la de un ingeniero. Es importante distinguir entre poder y riqueza. Esta última no está garantizada para los más inteligentes o quienes poseen más conocimientos, aunque también otorga otra clase de poder (el adquisitivo) y, en consecuencia, dispen...

Poemario personal

Alexitimia Un ancla pende del ápice de mi lengua y ahorca mis palabras cascada ahogada que no emana cauce ni vida correo sin emisario cuya diligencia es silencio ni palabras, ni vida, ni diligencia bastan para publicar mis secretos Chorro fontal que juega con la misma sustancia escena repetida de fórmulas esquilmadas. Expresarse es reducir el mar a fuente y reutilizar escenografía, tramoya y guion Si el envoltorio, la grafía, es pura convención sea el contenido, el mensaje, original invento. y, ¿si la misiva es sentimiento, latido común y continente y contenido carecen de alma propia? Entonces cógeme de las manos y abraza mi cuerpo vehículo singular del amor, que la experiencia más universal requiere del tesoro más privado La fuente En la tienda de fuentes busco la línea que dibuje tu sonrisa En la tienda de fuentes  moriré, si voy con prisa Carcajada, sonrisa vítrea o tímida aullido, del agua blanco rumor  me iré de aquí sin vida si no hallo ese rubor En la tienda de fuent...

El vuelo del moscardón

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  El vuelo del moscardón La oprimí con el pañuelo y comprendí la tragedia de la vida. El punto negro e inofensivo del techo me suscitaba incomodidad. Ciego por el capricho y el instinto natural, fabulé que su presencia era intolerable y determiné extinguir su vida.  Me inspiré en el frío cálculo del asesino cinematográfico para escoger mis herramientas de tortura: el zapato tenía contundencia, pero hollaría el lugar del crimen y no quería dejar pistas; la toalla era más atractiva, aunque corría el riesgo de ensuciarla; el cojín, por su acolchamiento, apuntaba al resultado más inmaculado.  Meterme en la mente de la víctima no fue difícil. Se afanaba en perseguir la calidez de cualquier fuente luminosa como si saciara su sed vital; sin embargo, yo hago lo mismo. Mi vida es un desechar y acoger esperanzas que se encienden o apagan azarosamente, pero sigo detrás de luces que me encandilan: el perseguido no siempre es la víctima.  Alzo el cojín y lo muestro con respeto a ...

Origen de los nombres

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 Origen de los nombres ¿Por qué nuestros nombres son apenas prácticos? Si pensamos en los orígenes de la civilización o, incluso, en las tribus o sociedades subdesarrolladas de la actualidad, ¿no es lógico suponer que vincularan los nombres con valores o realidades prácticas? «Pescador predilecto del jefe de la tribu del noroeste», «Encargado de avivar el fuego en las noches de invierno», «Atleta con el segundo salto más potente» serían nombres que describen una función o facultad de la persona. Si bien suenan tristes y aburridos, ofrecen la hipótesis de un uso primigenio simple y realista de los nombres propios. Esta reflexión ignorará cualquier demostración científica del verdadero principio de los nombres, pues discurrirá por la vía de la contingencia y la imaginación para comprender mejor esta cuestión.  Aunque los nombres actuales pueden proceder de un significado bíblico, cultural o político, nadie lo considera y, por tanto, cabe esperar que en el presente tienen otra in...

Iluminar los sentidos

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                                          Iluminar Como me indicaron, entré por la entrada impresionante y diminuta. Desaparecí en la oscuridad de la cueva tras abismar sus fauces. La luz de una lámpara, que protegía un único espacio, transfiguraba lo regular en dramático con su juego de sombras siniestras. Un anciano como un olivo sapiencial trajinaba su artesanía allí.  Fue su despiste o su hosquedad quien ignoró mi presencia. Por un instante, entre fríos fantasmas, temí ser una sombra. Anhelando que denunciara lo contrario, acudí al amparo de la luz. El suelo duro y sin calor posible no dudó en robármelo: caí en mi camino hacia la vida. Retomé mi designio sin confiar en la vista y sí en el tacto para no devolverme al solitario piso. Mis manos, imaginé, palparon multitudes apagadas que esperaban la luz para existir; mas usé la mía como remedio: libros árido...

Maquillaje y fragilidad

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Maquillaje y fragilidad Maquillar deriva de su uso acepciones como esconder, tapar, cubrir u ocultar. Ciertamente, todos estos adjetivos suenan peyorativos cuando se refieren a la intención porque consideramos el acto de disimular como una traición a nuestra conciencia: nos adulteran la realidad y la llenan de disfraces y capas sobre capas que no somos capaces de penetrar, sólo de persuadir. Quizás todos poseamos un instinto filosófico que se afana en la búsqueda de pequeñas verdades y, por eso, los maquillajes nos estorban. En un primer instante, su belleza fementida nos seduce al igual que un canto de sirena o un discurso político. Con el tiempo, la costumbre nos insensibiliza y empezamos a sentir desprecio por la fuente de mentiras.  ¿Es acaso el maquillaje una práctica deplorable? No es más que el acto de embellecerse y ganar confianza inmediata; sin embargo, si no somos capaces de aceptar lo que la capa de pintura ahoga, como si fuéramos polifacéticos, no distinguiremos nuestr...