Iluminar los sentidos
Iluminar Como me indicaron, entré por la entrada impresionante y diminuta. Desaparecí en la oscuridad de la cueva tras abismar sus fauces. La luz de una lámpara, que protegía un único espacio, transfiguraba lo regular en dramático con su juego de sombras siniestras. Un anciano como un olivo sapiencial trajinaba su artesanía allí. Fue su despiste o su hosquedad quien ignoró mi presencia. Por un instante, entre fríos fantasmas, temí ser una sombra. Anhelando que denunciara lo contrario, acudí al amparo de la luz. El suelo duro y sin calor posible no dudó en robármelo: caí en mi camino hacia la vida. Retomé mi designio sin confiar en la vista y sí en el tacto para no devolverme al solitario piso. Mis manos, imaginé, palparon multitudes apagadas que esperaban la luz para existir; mas usé la mía como remedio: libros árido...
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