La ignorancia es impotencia y esclavitud, no felicidad
La ignorancia es impotencia y esclavitud, no felicidad
Si la información es poder, la ignorancia es impotencia. Un ave sin los conocimientos instintivos que le son heredados evolutivamente no distinguiría cuáles son sus depredadores naturales ni conocería las principales fuentes de alimento: terminaría muerta en poco tiempo. Sin embargo, ¿por qué el ser humano conserva su hegemonía en un mundo colmado de seres vivos que lo aventajan físicamente? Por el nivel de información y conocimientos que son inaccesibles para la inteligencia animal. Las personas también sufrimos este desequilibrio: la técnica marcial vence a la fuerza bruta, la erudición médica ridiculiza la magia curativa, la construcción del hombre primitivo se derrumba antes que la de un ingeniero. Es importante distinguir entre poder y riqueza. Esta última no está garantizada para los más inteligentes o quienes poseen más conocimientos, aunque también otorga otra clase de poder (el adquisitivo) y, en consecuencia, dispensa más libertad. En conclusión, el conocimiento es una clase de poder al servicio de la voluntad: poder no es querer y viceversa.
Ahora bien, ¿la carencia de conocimientos proporciona felicidad? Esta no depende de la cantidad de conocimientos, sino de nuestra reacción emocional ante un fenómeno analizado racionalmente. Mientras que el placer es físico y objetivo, la felicidad es la satisfacción intelectual del individuo (subjetiva). Esto quiere decir que su causa es diversa y varía según el sujeto. Su origen siempre es racional, aunque tenga efectos emocionales. Para Aristóteles era la eudemonía, para los cristianos es el culto a Dios. Por eso mismo, tanto la píldora roja como la azul pueden conceder la codiciada felicidad. La diferencia toral entre ambas estriba en el poder informativo que se adquiere: tomando conciencia de la verdad con la sustancia roja o ignorándola con la azul. Advertir cuán miserables somos puede aflorar la desolación atroz en el ánimo nihilista, despertar la resiliencia en la mente estoica o exaltar la pasión y el placer para los hedonistas.
Por ejemplo, en Un mundo feliz la gente está subyugada por un gobierno totalitarista que cercena la libertad y el poder individual. No obstante, reina la felicidad personal. ¿Es la causa de esta felicidad la ignorancia?, yo lo dudo. Un ejemplo menos utópico se halla en las granjas industriales donde turbas de animales pululan sus minúsculas celdas y se apechugan en ese infierno asfixiante. Quizás los animales se opusieran a esta tortura si poseyeran mayor índice de inteligencia, pero parece que la ignorancia no reporta mucho beneficio en semejante situación. Por otro lado, Fahrenheit 451 está protagonizado por un disidente que se opone a la censura del conocimiento y huye de la ignorancia para ser feliz. En un sistema que reduce a cenizas los libros, quien tiene un natural curioso está condenado a la desdicha. Aquí podría argüirse que desconocer la existencia de libros aportaría felicidad, aunque este argumento adolece de inconsecuencia. Si bien ignorar la noción de qué es un libro ahuyentaría la pesadumbre de su quema, también extinguiría la fuente de felicidad. Huir del problema no significa resolverlo, así como alejar la melancolía no arrima la alegría. De todas formas, si el lector piensa igual que Schopenhauer y relaciona la felicidad con la ausencia de dolor y aburrimiento, entonces sí que obtendrá felicidad en tanto que la considera un sinónimo de impasibilidad del ánimo.
Para explorar esta cuestión, nos metamorfosearemos en una pánfila medusa. Nuestra vida consiste en un nado sereno y excusado de preocupaciones o miedos. Solo experimentamos el discurrir del tiempo en la inmensidad oceánica y las sensaciones que percibimos. ¿Somos más felices? No, porque no recibimos estímulos suficientes. La felicidad, a diferencia del placer, exige un grado mínimo de conciencia y comprensión; es difícil que aparezca con una capacidad analítica casi nula. La ignorancia extrema nos impide siquiera saber que podemos ser felices. Quizás experimentemos más calma, aburrimiento o placer; nunca más felicidad. En ocasiones, la ignorancia semeja la anestesia que aplaca un dolor, pero rara vez construye la felicidad. El conocimiento, en cambio, se superpone al dolor para expandir las posibilidades y lograr la felicidad.
Memento puede interpretarse como una apología de la felicidad ignorante. Leonard aprovecha su amnesia para olvidar los recuerdos desagradables e inventa la venganza como pretexto para eludir la verdad: que él es responsable de la muerte de su mujer. En este caso, obtiene una felicidad funcional o aparente por medio de la ignorancia, aunque en realidad su actitud se aproxima más a la monomanía vindicadora y Moby Dick es un ejemplo del funesto desenlace al que conduce la venganza febril, muy alejado de la felicidad que Starbuck trata de defender en vano. Por otro lado, nada le impide a Leonard someterse a una terapia psicológica para extraer conclusiones racionales sobre por qué la muerte de su mujer no es culpa suya o por qué tiene derecho a disfrutar la vida dejando el pasado oneroso atrás. Es más, la muerte de la esposa es prácticamente un suicidio deliberado ocasionado por la desesperación que le provoca la enfermedad de su marido. Una suerte de eutanasia. En conclusión: la información, por sí sola, sigue sin determinar la felicidad de la persona.
Estos casos exponen la naturaleza de la cuestión: la felicidad puede germinar tanto en la ignorancia sometida como en la lucidez consciente, pero es propensa a surgir en situaciones de bienestar físico y emocional. A su vez, la prosperidad la suelen gozar quienes tienen el control o el dominio de la información. Por tanto, el conocimiento otorga más herramientas para construir una felicidad consciente y duradera, aunque no la asegura. Puedes ser una medusa, que ni es feliz ni desdichada; un niño, que se complace en calcular sumas y restas; o un brillante matemático, que resuelve los problemas más intrincados. En definitiva, puedes ser más libre o más limitado. No obstante, la carencia de conocimientos no brinda una felicidad proporcional a la cantidad de información que se ignora, solo la circunscribe a un ámbito más pequeño y sencillo. ¿Es más feliz el prehistórico Homo sapiens que cocinaba con rudimentarias técnicas culinarias o el moderno humano que elabora obras de arte gastronómico? Tras una lectura atenta del presente texto, es fácil concluir que la felicidad es posible en los dos ejemplos. En última instancia, el grado de felicidad que se alcance en una u otra situación dependerá del sujeto.
Así, tener información es tener poder. Usar nuestro conocimiento para forjar la felicidad o destruirla es una decisión individual. Cualquiera puede ser feliz jugando a las damas, pero habrá quien precise de un tablero de ajedrez. Aquellos que piensen que la ignorancia les regala con felicidad imperturbable, quizás padezcan el sobresalto de un jaque mate imprevisto.
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